«En el primer disco de Edu Libra –"La máquina deseante"– he revivido una experiencia perceptiva que ya he experimentado con anterioridad pero que no es demasiado frecuente. Normalmente cuando hablo de "canción de autor" hago referencia a aquello de que en ella "la palabra se hace música" –y es cierto, porque es uno de sus fundamentos e identidades–; pero en casos como el que protagoniza Eduardo a esa afirmación es imprescindible darle un matiz diferenciador.
En "La máquina deseante" y, en general, en el trabajo de composición y de interpretación que realiza Edulibra, la palabra y la música "no se hacen la una a la otra", sino que surgen al unísono e inseparables –"se hacen entre sí mutuamente"–, sincronizando latidos; "ensambladas, compartiéndose, potenciándose"...; y juntas, –"a abrazo partío"–, es como si emprendieran, en cada canción, una misma trayectoria en la misma dirección: la estimulación de los deseos, de los sentidos, de las emociones. [...]
Y todo cuanto acabo de decir, o sea, todo cuanto encierra y aglutina la obra musical y "cantora" de Eludibra tiene su origen, desde mi punto de vista, en que nos encontramos ante un creador al que le fluye la música y la sensibilidad de forma espontánea y a borbotones; un creador creado en la música –le fascina la música brasileña y se nota–, y que, además, domina perfectamente el arte "guitarrero". ("Guitarrero –le diría Alfredo Zitarrosa– con tu cantar me vas llenando la luz del alma»).
Pero hay algo más en las canciones de Edulibra. Es evidente que en ellas queda reflejado como él –personalmente– se hace y canta de lo que vive, de lo que percibe en su entorno, y de lo que la vida y el entorno le hacen sentir; pero hay algo más –algo que para mí es una exigencia para toda aquella persona que optan por el camino de la creación y de la comunicación– y es que, a ese sentido de la cotidianidad –de la "vivicidad"– se une, en él, la sabiduría adquirida de la lectura y de la reflexión.». (Fernando G. Lucini)